“¡Si no puedes…!”
Por el Maestro Lucio Álvarez Ladera
¡Buenos días a todos!
En la aportación de Beni al foro sobre “El mensaje de Facundo Cabral” escrito por Fernando, hay un pequeño pero sustancial error.
Beni, haciendo referencia a una frase dicha por un Verdadero Maestro espiritual, dice: “No me traigáis vuestros triunfos, traedme vuestros fracasos”.
No, no, querido amigo, aunque sé de tu buena intención y de tu -seguramente- correcta interpretación de la frase, y valoro, ¡y mucho!, tus aportaciones, la frase no es así.
Expuesta de tal forma puede dar lugar a una interpretación errónea. Implicaría que el maestro no quiere que triunfemos, “No me traigáis vuestros triunfos…”.
Lo que dijo el Maestro fue:
“Si no puedes traerme tus triunfos, tráeme tus fracasos”. (O en plural: “Si no podéis traerme vuestros triunfos…, etc.”)
El maestro -sea de la altura espiritual que sea-, si realmente es sincero en su docencia, ¡siempre quiere que sus alumnos triunfen! Pero, real no figuradamente.
(O sea, que antes hemos de pasar por el imprescindible periodo de maduración y aprovechar y disfrutar de cada momento de ese tiempo)
Lo que aquí quiere decirnos el Maestro es que el triunfo viene del esfuerzo, del trabajo constante, continuado, no del simple deseo de triunfar. Nos dice que trabajemos, sin más, dejando que sea él -que es el que sabe y al que nos hemos encomendado-, quien evalúe y dirija nuestro progreso. Que hagamos algo que parece impropio del ser humano: trabajar, entrenar, practicar, insistentemente sin forjarnos expectativas.
He dicho: ‘pa-re-ce’, porque tener expectativas es solo eso, una apariencia fomentada por un determinado ‘ritmo’ social y convertida en costumbre. Lo real es el esfuerzo, el trabajo, el camino, la acción por la acción, el ¡aquí y ahora!
Imaginando cómo tienen que ser las cosas no vemos cómo son realmente.
Ensoñando la meta no vemos la piedra en el camino, ni disfrutamos del beneficio del esfuerzo, ni de la belleza del paisaje.
El Maestro nos dice que empujemos la roca, e inmediatamente nosotros nos empeñamos en moverla.
Ya desde muy niños se nos inculca la costumbre, de formarnos expectativas, se nos condiciona. Apenas si sabes leer pero vete pensando en tu futuro… ‘¿Qué vas a ser de mayor?, ¡si no comes no te harás grande!…’, y otras consignas por el estilo. Todo lo que hagas ha de ir orientado a un objetivo, y no a un objetivo inmediato, que sería lo sensato, no, hacia un objetivo instalado en el brumoso nimbo del futuro, incierto e inconsistente, que solo tendrá carta de realidad en nuestra imaginación y, destructivamente, en nuestros subconscientes. Y es que, además, se nos empuja, ya en esa temprana edad, a que ese objetivo sea un objetivo vencedor sobre otros: “¡En este partido -o carrera, o concurso, o lo qué sea- hay que ir a muerte, hay que ganar como sea!…” De número uno, cualquier otro número no vale un pitoche.
¡Con el tremendo riesgo que esto implica! Esa es la madre de tanta frustración y tanto desencanto. De la creciente depresión anímica y moral que padecemos. Y de esas decepciones surgen la inconformidad, la rebeldía, la desesperanza, que son caldo de cultivo idóneo para la insolidaridad, la xenofobia, el odio y los fanatismos.
Lo importante es ganar. Ganar a toda costa. Ser el vencedor de la liga aunque esta sea la de tu escalera. ¡Ay de ti si no!
Y como nuestra mente no puede soportar la idea de ser un ‘perdedor’…
(Término que se ha convertido en despectivo insulto, debido a la influencia de la cultura de la competitividad salvaje que nos suele venir del oeste, sin tener en cuenta que siempre que haya una competición a ganar, habrá alguien que pierda, habitualmente más que quienes ganan, y que en la vida y en la sociedad nada ni nadie gana siempre, y por tanto todos somos ganadores y perdedores. O ni una cosa ni otra)
… Como no podemos soportar la idea de perder -decía- siempre buscamos una justificación, un culpable para nuestras ‘derrotas’. De ahí lo del odio y el fanatismo. La culpa siempre será de otros: de nuestros jefes, de nuestros empleados; de nuestros gobernantes, de nuestros gobernados; del profesor, del alumno…, del árbitro, del maestro armero.
De tal modo condicionados, deseamos obtener el ‘éxito’ y a la mayor brevedad posible en cualquier acción que emprendamos, aunque dicha acción no valga para nada. O como decíamos de chavales en mi pandilla, para significar a quien creía ser algo sin serlo: “¡Cuidado que soy -es o eres-, Capitán General de barrenderos a caballo!”.
Queremos que se cure la enfermedad incluso antes de haber aplicado el remedio; aprobar sin estudiar; prosperar sin esfuerzo…, si puede ser con un buen ‘pelotazo’. ¡Ganar en el último minuto y de penalti injusto!
Ahí va un hermoso e ilustrativo cuento de James Baldwin sobre uno de los episodios de juventud de Hércules, que ya usé en un discurso:
“Hércules era aún joven e inexperto; tenía una larga vida por delante, pero su corazón estaba insatisfecho.
Miraba a su alrededor y veía que la mayor parte de sus amigos pasaban casi todo el tiempo divirtiéndose, bebiendo y saliendo con chicas, mientras que él estaba obligado a trabajar de sol a sol para ayudar al sustento de su familia. Cierta mañana, su padrastro le pidió que fuera hasta la ciudad próxima a comprar levadura para el pan. Hércules obedeció, pero como era la primera vez que andaba por aquel camino, al llegar a una encrucijada no supo qué dirección tomar.
El camino de la derecha era accidentado y lleno de piedras, carente de cualquier belleza natural, pero Hércules vio que conducía hasta una hermosa cordillera de montañas azules en el horizonte. El camino de la izquierda, por el contrario, era ancho y llano; estaba bordeado por un río de aguas claras, contorneado por una plantación de árboles frutales y había pájaros cantando en toda su extensión. Sin embargo, la bruma matinal no permitía ver adónde iba a dar.
Mientras el joven meditaba, procurando descubrir la mejor decisión para cumplir la misión que se le había encomendado, notó que dos bellas mujeres se aproximaban, cada una por un camino. La que venía por la vereda arbolada llegó primero, ya que el trayecto era más fácil de recorrer. Hércules notó que tenía el rostro dorado por el sol; los ojos, brillantes; y se dirigió a él con voz dulce y persuasiva:
-¡Hola muchacho de inmensa fuerza y actitud correcta! –dijo- Sígueme y te conduciré por lugares amenos, donde no hay tormentas para castigar tu cuerpo ni problemas para entristecer tu alma. Vivirás como tus amigos, en una ronda incesante de música y alegría, y nada te faltará: ni el vino que refresca, ni las camas confortables, ni las más bellas mozas de la región. Ven conmigo y tu vida será como un sueño.
A estas alturas, la otra mujer -que venía por el sendero de la montaña- también había llegado a la encrucijada. Y dijo a Hércules:
-No puedo prometerte nada de eso. Todo lo que hallarás en mi camino es aquello que puedas conseguir con tu fuerza y voluntad. El sendero por donde te conduciré es irregular y ‘asustador’, a veces con subidas muy inclinadas, a veces con profundos valles donde los rayos del sol nunca consiguen entrar. Los paisajes que verás pueden ser majestuosos e imponentes, pero también solitarios y aterradores. Sin embargo, este es el camino que conduce hasta las montañas azules que puedes ver a distancia. No puedes llegar a ellas sin esfuerzo, y todo lo que desees debe ser fruto de tu trabajo. Si quieres comer, tendrás que plantar. Si quisieras amor, es preciso amar previamente. Si quisieras el Cielo, tendrás que hacerte digno de entrar por sus portones. Debes estar preparado para luchar cada minuto de tu vida.
– ¿Cómo te llamas? –le preguntó Hércules.
– Algunos me llaman Trabajo o Esfuerzo –respondió la mujer-, pero otros me llaman Virtud, y yo prefiero este último nombre.
Hércules se dirigió entonces hacia la otra mujer.
– ¿Y cuál es tu nombre?
– Algunos me llaman Placer –dijo la que venía por el camino florido-, pero prefiero ser llamada Suerte.
– Placer, yo no puedo ver hasta dónde me conduce el sendero al cual me invitas -comentó Hércules-. Por otro lado, Virtud me muestra las montañas en el horizonte y dónde puedo llegar con el resultado de mis esfuerzos.
Y tomando a Virtud de la mano, entró con ella en el camino que conducía hacia su propio destino”.
Admitamos que en el horizonte veamos las montañas azules y aceptemos que no está mal del todo que pongamos en ellas nuestros ojos y en alcanzarlas nuestras esperanzas, ¡vale!, pero también tenemos que saber, ser conscientes y asumir, que para poder lograrlo, apenas podremos apartar los ojos del sendero, pues es abrupto y peligroso, y es fácil extraviarse o caer. Así que, hagamos caso al guía, dejemos de mirar obsesivamente el horizonte, centrémonos en cada paso y recordemos que si queremos amor tenemos que amar, si queremos recoger tenemos que sembrar y que solo a base de cumplir las indicaciones que el maestro nos da seremos dignos de traspasar las puertas del éxito. Y justamente cuando el éxito deje de obsesionarnos será cuando comenzaremos a cruzarlas. La senda, la vida, a pesar de lo que nos diga Placer, está llena de tormentas que castigan el cuerpo y problemas que entristecen el alma. Pero esas que llamamos tormentas, dificultades, contratiempos o desgracias, son en realidad ¡oportunidades! Y, bien tratadas, fortalecen nuestros cuerpos y nuestras almas y sirven para acercarnos, con la adecuada e imprescindible preparación, a las montañas azules.
En el tatami -que es un espejo de la vida que llevamos-, vemos a diario cómo nos lamentamos por no ser capaces de conseguir a la primera lo que otros llevan años practicando. Lo dicho: un espejo de la vida que estamos viviendo, de la filosofía del pelotazo. El sendero de Suerte.
En el fondo, haciendo paráfrasis de Calderón de la Barca, todos soñamos lo que somos y no lo entendemos.
Con lo fácil que sería ser solo lo que somos: nada más y nada menos que sencillos seres humanos.
Como en el chiste de Faemino y Cansado:
“El niño y el padre esquimales caminan por la tundra en busca de alguna foca que llevarse a la boca. El niño pregunta:
-Papá, ¿qué voy a ser yo de mayor?
El padre no responde y el niño reitera su pregunta con insistencia: “¿qué voy a ser yo de mayor?, ¿qué voy a ser yo de mayor?, ¿qué voy…?”. El padre, ya mosca después de tres horas con el mismo sonsonete, contesta:
-¡Pues, esquimal, imbécil, esquimal!”
Hay que ponerse a la práctica del aikido por la práctica en sí, no por los resultados.
¡No sabemos qué nos deparará el siguiente minuto!
Por otro lado, resultados siempre vamos a obtener: acción reacción, causa y efecto (¡vivir, practicar diariamente, es un resultado!), calificar tales resultados de buenos o malos, de triunfos o fracasos, depende única y exclusivamente de nuestro punto de vista particular, y este, como ya hemos dicho, está condicionado por nuestro entorno desde que nacemos. Por lo tanto nuestro juicio solo puede ser aparente, nunca imparcial y verdadero.
Error o triunfo para ser han tenido que pasar y si pasaron, ya no son. Y, lógicamente, si aún no han llegado, tampoco son. Solo el equilibrio entre lo pretérito y lo futuro, el punto entre uno y otro, es.
En aikido centrarse en ese punto intermedio del equilibrio es tai-iku y ki-iku. Consiste en añadirse al ‘movimiento’, moverse como se mueven los astros y las estrellas, con el movimiento de la energía universal, respirar con la respiración universal. Es tan fácil y tan grande como eso. Y ahí está el maestro, para ir dándonos las indicaciones oportunas que deberemos ir incorporando con naturalidad. ¡Sin auto-recriminaciones! Lo que suponemos que no nos sale, insistiendo en la práctica, acabará por hacerse habitual.
Llevémosle al maestro nuestros supuestos fracasos, envueltos en hermosos papeles de alegría, sinceridad y confianza. Es el mejor regalo que podemos hacerle.
Tengamos en cuenta que: “Un maestro no es más que un discípulo que no ha abandonado”.
Empezamos con Cabral y con él concluiremos:
(A pesar de su longitud, no he podido resistirme a reproducir gran parte del soliloquio porque pinta maravillosamente todo aquello de lo que hemos hablado. Os recomiendo que lo estudiéis detenidamente, y que se lo escuchéis a él).
“NO ESTÁS DEPRIMIDO, ESTÁS DISTRAÍDO.
Distraído de la vida que te puebla.
Tienes corazón, cerebro, alma y espíritu, entonces, ¿cómo puedes sentirte pobre y desdichado? Distraído de la vida que te rodea: delfines, bosques, mares, montañas, ríos.
No caigas en lo que cayó tu hermano, que sufre por un solo ser humano cuando en el mundo hay 5600 millones.Además, no es tan malo vivir solo. Yo la paso bien, decidiendo a cada instante lo que quiero hacer, y gracias a la soledad me conozco; algo fundamental para vivir.
No caigas en lo que cayó tu padre, que se siente viejo porque tiene 70 años, olvidando que Moisés dirigía el éxodo a los 80 y Rubinstein interpretaba como nadie a Chopin a los 90, por solo citar dos casos conocidos.
No estás deprimido, estás distraído, por eso crees que perdiste algo, lo que es imposible, porque todo te fue dado. No hiciste ni un sólo pelo de tu cabeza por lo tanto no puedes ser dueño de nada.
Además, la vida no te quita cosas, te libera de cosas. Te aliviana para que vueles más alto, para que alcances la plenitud.
De la cuna a la tumba es una escuela, por eso lo que llamas problemas son lecciones, y la vida es dinámica, por eso está en constante movimiento, por eso sólo debes estar atento al presente. Por eso mi madre decía: “Yo me encargo del presente, el futuro es cosa de Dios”. Por eso Jesús decía el mañana no interesa, él traerá nuevas experiencias, a cada día le basta con su propio afán.
No perdiste a nadie, el que murió simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos. Además lo mejor de él, el amor, sigue en tu corazón. ¿Quién podría decir que Jesús está muerto?
No hay muerte: hay mudanza.
Y del otro lado te espera gente maravillosa: Gandhi, Michelangelo, Whitman, San Agustín, la Madre Teresa, tu abuela y mi madre, que creía que en la pobreza se está más cerca del Amor, porque el dinero nos distrae con demasiadas cosas, y nos aleja porque nos hace desconfiados.
No encuentras la felicidad y… ¡es tan fácil!, sólo debes escuchar a tu corazón antes que intervenga tu cabeza, que está condicionada por la memoria, y complica todo con cosas viejas, con órdenes del pasado, con prejuicios que enferman, que encadenan; la cabeza que divide, es decir, que empobrece. La cabeza que no acepta que la vida es como es, no como debería ser. […]
Haz sólo lo que amas y serás feliz, el que hace lo que ama, está benditamente condenado al éxito, que llegará cuando deba llegar, porque lo que debe ser será, y llegará naturalmente. No hagas nada por obligación ni por compromiso, sino por amor. Entonces habrá plenitud, y en esa plenitud todo es posible. Y sin esfuerzo porque te mueve la fuerza natural de la vida, […]
Dios te puso un ser humano a cargo, y eres tú. A ti debes hacerte libre y feliz, después podrás compartir la vida verdadera con los demás. Recuerda a Jesús: “Amarás al prójimo como a ti mismo”.
No estás deprimido estás distraído. Si escucharas al otro, al que llevas dentro, sabrías todo. En todo encontrarías algo para ti, entonces te elevarías constantemente y ya no habría confusión sino matices, y en esa serenidad no buscarías nada, entonces encontrarías todo. Y estando en el presente dirías y harías lo que hay que hacer y decir en cada momento, natural y graciosamente, sin esfuerzo, lo que haría que tu relación con los demás fuese plena, y al crecer en el amor serías más creativo, sin límites ni condiciones”.
Buenas noches, amigos, ¡qué aproveche!.
Lucio Álvarez Ladera