Santos y Guerreros…………………….por Lucio Álvarez
Como preámbulo habitual diremos que no es nuestra intención enmendar la plana a nadie. No somos quien para decir cuál ha de ser el comportamiento o la dirección en la vida de nadie. Quede esto bien patente…

 

En Londres, asistiendo a unas conferencias dadas por un gran Maestro espiritual, fui testigo de cómo dicho Maestro, en lugar de estimular con halagos más o menos velados a los millares de seguidores presentes en el evento, no dejaba de insistir en la necesidad de reflexionar para tener claros los objetivos y fijar el orden de las prioridades en cualquier camino que escojamos en la vida. Con mucho más motivo y esmero si el camino elegido es un camino espiritual.

 

Invitamos, también, desde aquí, a hacer una profunda reflexión a todos los que siguen el sendero del Aikido. No se pretende, como ya se ha dicho, corregir las intenciones de nadie, sólo que las fijemos adecuadamente para saber dónde nos encontramos.

 

Nunca, durante la historia, ha habido ningún Santo guerrero. Esa es una imagen que los dirigentes de una facción en guerra con otra, han dado a sus seguidores para empujarles al combate, haciéndoles creer con ello que su cruzada era la verdadera -pues estaba garantizada por la intervención de un santo de una u otra religión según los bandos-, o para animarles cuando decaían el valor o las fuerzas. Matar en nombre de Dios y avalados por uno de sus representantes no podía ser malo, al revés, hasta ganabas el paraíso y la felicidad eterna correspondientes.

 

No obstante, si estudiamos la historia de los grandes Santos de cualquier religión, encontramos a muchos que fueron aguerridos guerreros. Ahora bien, ninguno alcanzó la santidad mientras se dedicaba a destripar enemigos. Sólo cuando, asqueados de matar, el remordimiento les inducía a abandonar las armas y a dedicarse a expiar sus culpas, sometiéndose casi siempre a durísimas y rigurosas prácticas ascéticas, alcanzaban un cierto grado de elevación espiritual.

 

En el Aikido contamos con un buen ejemplo de esto: un guerrero que abandona la violencia para sumergirse de lleno en la espiritualidad. Para los aikidokas se trata del ejemplo por excelencia, el prototipo a seguir en todo lo que a la práctica de dicho arte se refiera: Morihei Ueshiba, O Sensei. Él, pasó de ser un guerrero eficacísimo, contrastado en los campos de batalla, a un hombre al que la violencia de la guerra llegó a postrar en cama. De no haber sido así, de no haber experimentado dicha transformación, el Fundador no hubiese llegado a la altura espiritual que alcanzó, ni habría surgido el Aikido, el Arte de la Armonía. Es imposible andar al mismo tiempo por dos sendas opuestas.

 

De cualquier forma, como sobre la vida del Fundador, de sus enseñanzas y sus citas, así como del Aikido, hay montones de páginas escritas que pueden y deben consultarse para tener unos conocimientos más genéricos, nos limitaremos a destacar cierta característica de nuestro arte, un argumento, que nos ayude a situarnos en el punto justo desde el que tener la perspectiva correcta:

 

Volvemos para ello al tema de la santidad y los guerreros y, dentro de él, al ámbito histórico y geográfico que nos atañe:

 

En Japón, el arte de matar se va perfeccionando hasta el extremo de crear una casta guerrera, los samuráis, tan especializada que llegan a despreciar su propia vida en aras de una mayor eficacia combativa. ¿Qué mejor soldado que el que no tiene miedo ni siquiera a morir? Se llega  a tal cota de control emocional por medio de técnicas de concentración yóguicas derivadas del budismo y de otras formas de meditación religiosa. Surge el principio del Ai-uchi: la muerte mutua.

En contrapartida, el mayor progreso espiritual proveniente de esas mismas prácticas espirituales, lleva a los guerreros a buscar y encontrar un método que les permita cumplir con sus deberes militares -y sociales- sin sacrificar para ello ninguna vida, ni la propia, ni la ajena: el Ai-nuque, la mutua preservación. La mutua preservación de la vida, no sólo durante esa vida.

 

De este último principio se nutre el Aikido. Cuando Aiki-jutsu, busca la mayor y más rápida destrucción del oponente. Cuando Aiki-budo, pretende parar el combate, buscar la paz, el acuerdo entre las diferentes partes. Cuando Aikido, no hay ya oponentes, dejan de existir las partes por la unificación de las mismas a causa de su igual consideración en el ámbito universal. No hay diferencias, no hay amigos o enemigos, no hay vencer o ganar, no hay opuestos…, sólo Armonía.

 

Cuando se define el Aikido (esta definición forma parte de un pasado que no corresponde a la actual denominación, sino, en todo caso, a la de Aiki-budo) como un arte de defensa que pretende solucionar una agresión con el menor riesgo para el atacado y el atacante, seguimos haciendo distinciones, seguimos diferenciando. Si alguien nos ataca, nosotros aplicamos una técnica de defensa lastimándolo sólo lo imprescindible… ¿Cuánto supone eso? ¿Romper un brazo?, ¿la cabeza?, ¿las cervicales?, ¿dejarle inválido?… ¿Matarle?…

 

Este criterio se suele seguir en muchos, demasiados, dojos y no exclusivamente a nivel teórico, también en la práctica: Si el uke no se relaja ¡allá él! Nosotros hacemos siho nage, y si no sigue y se lesiona…, es asunto suyo.

 

En otros es aún peor: se busca, para que no digan que el Aikido no sirve para nada, la máxima eficacia física de las técnicas (algo, por otro lado, totalmente incongruente, pues  también la eficacia física del Aikido depende de una armonía mental y espiritual correctas), convirtiendo el Aikido, que algunos llaman moderno aunque quizá deberían volver a llamar Aiki-jutsu, en algo que dejó de ser cuando el Fundador le dio este nombre y esta impronta: esa característica espiritual que le hace ser lo que es.

 

Así mismo, el cuerpo y la mente se influencian mutuamente, la actitud de la mente afecta al cuerpo y la del cuerpo afecta a la mente. Una mente abierta y relajada favorecerá una postura abierta y relajada, y viceversa. Esto da pie a una técnica más libre y depurada y a un desarrollo de la sensibilidad que nos permitirá percibir las modificaciones en el ki propio y ajeno y ajustarnos a él según las circunstancias. Una mente imbuida de sentimientos egoístas, que nos separan del compañero, se encontrará obturada por dichos pensamientos y será incapaz de desarrollar sensibilidad alguna. Un cuerpo tenso y rígido provocará, por ende, análogos efectos. Si, además, los que defienden o siguen, consciente o inconscientemente, esta forma de practicar, creen que así trabajan más y más sinceramente, que prueben a ver que resultados obtienen de una práctica fluida y relajada. Comprobarán que requiere de un mayor esfuerzo, de más capacidad física, y que las técnicas se ejecutan con mucho más realismo y corrección.

Pero, por encima de estas cuestiones, cuya consideración puede contribuir, cómo no, a comprender, planteémonos otras más importantes:

Si los antiguos samuráis del espíritu llegaron al punto de considerar la vida del oponente que se encontraba frente a ellos dispuesto a rebanarles la cabeza, tan importante como la suya misma; si dicha consideración se basaba en un desarrollo espiritual profundo; si se llegó a esta convicción en tiempos de guerra, donde la vida no tenía valor alguno y era obligatorio y necesario matar; si el Aikido se basa en un principio del que se deduce una no diferenciación entre los seres creados; y si, además, quien tenemos enfrente es un compañero, un amigo; ¿cómo hemos de entender el Aikido?, ¿qué actitud debemos adoptar en el tatami?

 

Reflexionemos profunda y sinceramente y decidamos sabiendo dónde nos encontramos. Sabiendo que, lo que el arte de Morihei Ueshiba pretende es trascender la diferencia a través, precisamente, de lo que más la destaca entre los hombres: la lucha. Una lucha que deja de serlo para convertirse en armonía, cuando dejamos de considerar al contrario como a tal contrario, sabiéndole parte de nosotros mismos y del universo como un todo único, mudándose de combate cruel y despiadado destinado a destruir la vida, en danza iniciática que ha de llevarnos por encima de las diferencias y de los odios. Por encima de los opuestos.

Reflexionemos y caminemos en la dirección elegida. Si coincide con la del espíritu, la de la armonía y el amor de que nos habla O Sensei, quizá no lleguemos a Santos, pero desde luego, nos convertiremos en verdaderos guerreros del espíritu.

 

Lucio Álvarez Ladera

S. Lorenzo de El Escorial 13/09/05