* En respuesta al debate abierto por Dani García en el foro que podéis leer pulsando aquí
2ª) Si veo a alguien que está errando en el camino de amor, ¿debo decirle con amor, que lo que hace no es correcto?
Lo primero que hemos de hacer es preguntarnos: ¿quién soy yo para corregir a nadie?
“… Ser una vela no es fácil; / Para dar luz debemos arder primero…». (Rumi)
Si cada camino es individual, si cada quien tiene que pasar por la vida a su manera, fijar su propio rumbo, según lo que a cada cual le toca, ¿qué criterio será el correcto?, ¿por qué sé que está errado?,¿qué base tengo para juzgarlo?,¿dónde estarán la razón y la verdad?, ¿y qué será lo justo?
Mi obligación y mi responsabilidad soy yo. “Si cada uno nos preocupásemos de ser mejores personas nosotros mismos, en lugar de pretender corregir a los demás, el mundo estaría lleno de buenas personas”. ¿Por qué mi razón ha de ser mejor que la de otro?, ¿soy yo superior?; ¿me siento superior?, ¿en posesión de la verdad?
El sendero del Amor no trata de corregir a los demás moldeándolos a nuestro gusto, sino, que consiste en respetarlos y amarlos, aceptarlos tal cómo son y estar siempre dispuestos a ayudar cuando nos lo pidan, ni un momento antes, ni un momento después.
Pretender que nuestra razón es la buena en contra de las razones de otros, es una de las mayores manifestaciones del ego. Una de las primeras causas por las que los seres humanos eludimos nuestras propias responsabilidades y hemos cometido, y cometemos, auténticas atrocidades.
La mejor forma de mejorar la humanidad es mejorarme a mí mismo. Tanto a nivel material como espiritual; yo soy la parte de la humanidad que me corresponde, la que me ha sido encomendada.
“Empezad por purificaros a vosotros mismos”…(Morihei Ueshiba)
“Ante todo, si de verdad queremos lograr que el Aikido sea nuestra Vía, debemos hacer nuestro el lema de O’Sensei:
¡MASAKATSU AGATSU KATSUAYABI!
La victoria verdadera es la victoria sobre uno mismo aquí y ahora.
Nuestro ego es lo único que hay que combatir. Hemos de hacer de este lema la regla de oro que gobierne nuestra vida, nuestros pensamientos y actos.
“El Aikido se sitúa en el centro del universo. Su propósito es reformar el mundo, mejorar las cosas en todos los planos –manifiesto, oculto y divino-. Empezad por purificaros a vosotros mismos y trabajad después para purificar el mundo.
El Aikido es el camino de la sinceridad. La sinceridad es la práctica de la lealtad. Debéis ser leales a vuestra misión de estar al servicio del mundo, de establecer el cielo en la tierra. Para conseguirlo, debemos empezar por perfeccionarnos a nosotros mismos”. (Morihei Ueshiba)
Al servicio del mundo, sí, evidentemente, pero la parte del mundo que, principal y primeramente nos corresponde servir, para su mejora, es: nosotros mismos.
El ego usa de infinidad de trucos. ¡Mucho cuidado! Casos como este son harto frecuentes. Se disfraza de benevolencia y compasión para entrometerse y faltar a su deber, que no es otro que ocuparse de su propio misogi. Ayudar a otros, ayudar a la limpieza del mundo, es una obligación y el, supuestamente, deber cumplido produce mucha satisfacción. Pero, ¡atención! ¿estamos cumpliendo con nuestra principal obligación?, ¿somos fieles a nuestro misogi? Aunque lo parezca, y gran parte de la Sociedad así lo crea, las buenas obras no son un mérito, sino, la forma normal de comportamiento de los que dicen caminar en el sendero del amor. Pensar que las buenas acciones nos van a servir para ascender espiritualmente, es un tremendo error. Asistir a clase es una obligación, pero si no estudiamos las materias del temario… Con eso solo habremos cumplido con una parte de nuestras obligaciones. En cuanto nos descuidemos el ego nos habrá cambiado oro por baratijas. Nos dará las baratijas de la satisfacción emocional, física o intelectual y se quedará con el oro de nuestra purificación. ¡“Empezad por purificaros a vosotros mismos”!
“Para dar luz debemos arder primero…»
El excesivo ego mundano es quien nos gobierna y quien nos impide la visión correcta, la espiritual. Mientras no hayamos purificado nuestros sentidos, mientras no hayamos “ardido”, seguirá engañándonos, dominándonos y extraviándonos, ¿qué luz podemos dar si aún seguimos en tinieblas? El ego no quiere perder el protagonismo del que se retroalimenta y hará lo imposible por seguir siendo el “prota” de nuestras emociones, de nuestras reacciones. En cuanto deje de serlo, desaparecerá.
Nuestra guerra es solo con él, y aún así, aplicando siempre como arma la armonía y el amor.
Refiriéndose al constante esfuerzo por estar alerta a las triquiñuelas del ego dice un sabio sufí en el siguiente poema:
“Camino de los leones de Dios es esta guerra.
Sendero de los puros es esta guerra.
Obra de valientes es esta lucha y este combate,
harto difícil, no la emprendas para luego avergonzarte. (y abandonarla a las primeras de cambio)
Es la Senda de Dios y no el camino del bazar, abierto a cualquier negligente y ocioso.
Es la Senda de los elegidos”.
Sigue:
“[.]Una guerra alejada de matanzas y violencia[.]
Aquí se necesitan hombres (seres humanos) que,
impulsados por el mandato del amor,
caminen más allá de la existencia con los pies del amor.
Este no es un combate fácil, ¡oh tú!, lleno de deseos, sino la lucha del amor y los corazones”.
En el último verso acaba:
“En ella (en esa guerra), el luchador que pierda su existencia (su ego)
se convertirá en verdadero discípulo”.
En todo momento, incansablemente:
¡MASAKATSU AGATSU KATSUAYABI!
Lucio Álvarez Ladera