QUIERO SER UN BOTIJO
Para intentar quitar un poco de austeridad y de hierro (pero añadiendo barro), y después del reconocido éxito mundial del artículo «Quiero ser un palo», irremediablemente, he tenido que contaros mis nuevas conjeturas mentales…
Hace unas semanas mi padre me regaló un botijo. Sí… Un botijo.
¡¡¡ Toma ya, pedazo de regalo !!!
Y la verdad que esto era una broma que yo siempre estaba a vueltas con ella desde hace bastantes años; que quería un botijo para el verano…
Pues bien, ¡¡¡ ya tengo mi botijo !!! ¡¡¡ Gracias, papá !!!
La primera mañana de convivencia con mi botijo, tras levantarme y verlo en la cocina, tomar un trago de agua y comprobar lo increíblemente fresca y rica que estaba, sabía que, irremediablemente, este acontecimiento sin igual y el Aikido debían tener similitudes y nexos (para una mente inquieta, quisquillosa y peregrina como la mía), y que por supuesto, iba a compartir con vosotros.
Abrir la puerta de la cocina y encontrar el botijo allí, me transmitía algo. Su forma, su color, su volumen, la textura, el húmedo frescor de su superficie… de alguna manera me transmitía quietud. El botijo se mantiene inmóvil, en absoluta quietud. Bien. Pero desde su aparente quietud está haciendo su trabajo: está enfriando el agua. ¿Es una quietud similar la que debemos buscar para poder caminar por el sendero del Aiki? Sí rotundo. Es decir, debemos hacer nuestro trabajo desde la serenidad y la quietud de nuestra mente. Acallar la mente, dirigir la «serpiente demoniaca» con amor. Qué difícil…
Su forma externa se manifiesta a nuestros sentidos, pero lo verdaderamente importante está ocurriendo, sin descanso alguno, en su interior. La característica que tiene esta terracota tan especial, aparte de su rigidez, dureza y belleza, es que permite que el agua comience a salir lentísimamente al exterior por la porosidad del barro cocido. En este proceso se necesita una ENERGIA, la cual la obtiene del calor del agua que contiene. De esta forma, se consigue rebajar en varios grados la temperatura del líquido. Además, una vez que el agua llega al exterior de la superficie, tiene un efecto similar al del sudor sobre nuestra piel ayudando a robar más calor al contenido.
Resumiendo; efectúa su trabajo desde el INTERIOR en la absoluta quietud, silenciosa y humildemente. No se juzga a sí mismo, no juzga a otros botijos Talaveranos, no le importa cometer errores si una particulita de agüita no sale por el porito correctito (nótese el minúsculo diámetro del poro…), no está pendiente del resultado. No predispone nada. No tiene prisa. Todo ocurre en el momento preciso. ¿No es esto Aikido?
Simplemente, de manera continua, incansablemente sin parar, hace su cometido, obteniendo como resultado el mágico fin para el que fue creado. ¿No es esto lo que debemos buscar en el Aikido? ¿Caminar sin cesar por este camino, fin para el que quizás existimos?
Pero bien, ¿quién lo creó? En este caso, las manos de la Señora Mari Carmen Pascual, maestra alfarera del pueblo de Moveros, en la comarca de Aliste, Zamora.
Unas manos expertas que dan forma a un pedazo de barro para crear una preciosa obra…
Curioso que este sea un símil utilizado por la tradición Judeo-Cristiana.
Pero el barro que moldea la Señora Mari Carmen, no es un barro cualesquiera. Éste, lo extraen cada 2 años en una finca municipal colindante a las últimas casas del pueblo, en una veta de material que se encuentra a tan sólo 1,5 m. de profundidad. Después de un largo y tedioso proceso de triturado, cribado y lavado, se selecciona sólo la parte de buena calidad del material. La arcilla selecta. El barro de calidad.
El mismo está compuesto por arcillas secundarias, que son las que se han formado a lo largo de CENTENAS DE MILES de años separándose de las rocas de origen (cuarcitas, calcitas, etc) y sedimentándose, en ocasiones a unas distancias considerables.
Es decir, algo que lleva cientos de miles de años gestándose, transformándose, metamorfoseándose, para llegar a un lindo pueblito de Zamora, a las manos de una maestra artesana. Puede parecer una casualidad, pero es más bien una causalidad.
¿No es acaso también un proceso de cientos de miles de años, que de entre todas las civilizaciones y existencias, hallamos llegado, «arrancados de la tierra y seleccionados», pasando por infinidad de cribas (de existencias) a este sendero y a las «manos» de un maestro? Para mí no es casualidad, también es causalidad.
Cuando menos, curiosa similitud.
Vuelvo a repetirme en una cita de O’Sensei:
“… No desprecies la verdad que está justo ante ti. Observa cómo fluye el agua en el arroyo de un valle, suave y libremente entre las rocas. Aprende también de los libros sagrados y de la gente sabia. Cada cosa, incluyendo ríos y montañas, plantas y árboles, debería ser tu maestro”.
Siguiendo el constante movimiento circular del torno (como lo es el movimiento del Aikido), acompañado de la «constante melodía y resonancia» de sus ejes, el moldeado de las expertas manos empapadas en agua y experiencia, el diseño preestablecido y la estudiada y meticulosa radiación de calor del horno árabe de leña, la Señora Mari Carmen hizo, de entre miles y miles, mi botijo. Ese botijo del que me sigue dando algo de risa beber, con el que me sigo refrescando al llegar a casa (y mojando la camiseta), del que mi hija me pide agua una y otra vez por lo divertido de la cuestión, y del que he aprendido una preciosa lección de Aikido: paciencia (todo llega), quietud (es la única manera), trabajo constante sin juicios (es nuestra obligación de aikidocas), y confiar en las manos de los maestros (y del Maestro que nos arrancó de entre los lodos y con su Luz nos llevó hasta su taller para modelarnos).
No puedo acabar de otra manera. Se veía venir…:
¡ Quiero ser un botijo !.
Diego