IKKYO (1er. Principio)…………………por Lucio Álvarez
I
Ikkyo no es sólo ude osae, controlar el brazo; supone, seguramente, la trasformación más importante dentro de las artes marciales y una de las características diferenciadoras del Aikido y definitorias de su espíritu. Representa la distinción entre la auto arrogada potestad a quitar una vida, propia o ajena, y la aceptación de la ley universal de igualdad de valores, de ecuanimidad.
Muta el desprecio por la vida, aunque esto se haga en pro de un fin noble y altruista, por el respeto de ella sobre toda otra cuestión, y no sólo de la vida presente, sino también de la futura Es, como dice Saotome Sensei, el símbolo del ai-nuke, el principio de la mutua preservación, y esto conlleva no solamente no matar y evitar ser muerto, también evita la carga kármica que este acto provocaría tanto en uno mismo como en el contrario.
Aplicar este principio en el combate requiere una gran entereza y decisión, un carácter muy equilibrado:
Imaginemos dos contendientes enfrentados en una batalla; uno de ellos ataca dispuesto a matar, el otro, en lugar de huir o bloquear la espada enemiga, avanza decidido y sobre el ataque del primero descarga su golpe mortal. Gracias a su valor, a su desprecio por la vida –aún la propia–y a una técnica impecable, vence. Quizá lo haga en aras de una meta noble, ¡nobilísima!.., o no; ha matado a un semejante y ha cargado su alma con una deuda que tendrá que pagar más tarde o más temprano.
Para evitar esta acción comprometedora podría no haberse opuesto, pero es que de no haber luchado, si se hubiese dejado matar, además de no cumplir con sus deberes de soldado, habría sido su rival quien contrajese la deuda al cometer la acción reprobable, y él, al permitir tal cosa, también sería responsable, cómplice de esa actuación incorrecta.
Volvamos a nuestro juego de imaginar y enfrentemos ahora a los mismos contendientes con una diferencia: el atacado es el hombre que conoce, entiende y sigue, el principio universal del ai-nuke. Como anteriormente, el primero, el agresor, lanza su malintencionado ataque; el defensor repite su técnica y esta vez, en lugar de dar muerte a su enemigo, se limita a controlarle sin daño, mas, dejándole sin opciones de seguir adelante sin auto-sacrificarse y permitiéndole de este modo, que sea él mismo quien decida sobre su vida o su muerte. Le traspasa la responsabilidad sobre sus ulteriores actos…
Un paso más todavía: controlar la agresión de tal modo, que eliminemos las intenciones agresivas, que el atacante comprenda la futilidad de su ataque, la incongruencia del mismo.
II
Decía O Sensei que dominar una técnica como Shiho nage podía llevarnos quince o veinte años, pero que Ikkyo era para toda la vida.
La “eficacia” en la aplicación de cualquier otra técnica puede basarse en la fuerza o el daño. Las técnicas de control producen fuertes dolores en las articulaciones e, incluso, luxaciones o fracturas de las mismas. Cuando sus efectos son experimentados por los principiantes, estos creen ser incapaces de soportarlos, tienen la sensación de que se les ha roto algo o de que se les va a romper en cualquier momento, aún cuando un experto se las halla aplicado con toda delicadeza… Realmente, se puede llegar a lesionar gravemente con ellas.
Las técnicas de proyección conllevan un evidente riesgo de producir importantísimos daños, en ocasiones irreparables si se cae de mala manera: fuertes traumatismos, fracturas, parálisis y hasta la muerte; por lo que se hace imprescindible para la seguridad del practicante de Aikido aprender a dominar bien el arte del ukemi.
Las técnicas “mixtas” al disponer de las dos posibilidades, pueden descansar en una cosa u otra o en ambas a la vez.
Ikkyo se fundamenta, únicamente, en el perfecto dominio del centro de uke gracias a una técnica depurada y una perfecta sincronía. Claro que su ejecución se puede acompañar de contundentes atemis capaces de romper las costillas, el brazo o de desnucar, pero esto no es propiamente Ikkyo. Ikkyo ha de ser inocuo, dirigir a través del control del brazo de uke sin lastimar, nada más… ¡Y nada menos!
III
Ikkyo tiene, además, una dificultad añadida aún mayor que la técnica: llegar a comprenderlo. Teóricamente parece fácil, pero, ¿de veras comprendemos su auténtico significado, su alcance?, ¿entendemos todas sus implicaciones? De creer que sí: ¿seriamos capaces de aplicarlo llegado el caso?.
Requiere de una gran entereza no dañar a quien nos daña o pretende hacerlo. Ni rehuir el peligro, ni abusar de nuestra fuerza o nuestra ventaja. Meditar en ello.
Esta determinación acarrea un gran compromiso moral nacido del convencimiento de la igualdad de todas las cosas, de la igualdad de importancia en la creación de todo lo creado, de la igualdad universal de derechos.
Ni más ni menos que nadie”. Frecuentemente se emplea esta frase y casi siempre, en el noventa y nueve por ciento de los casos, se hace desde el orgullo, desde la negativa a dejarse amilanar, a considerarse inferior y en nuestra intención al expresarla, no suele estar comprendido el significado de la primera parte de esta aseveración, que implica: no sentirnos superiores. Sólo está implícito segundo.
“Solemos llamar justicia a una injusticia que nos favorece”.
Ikkyo renuncia a los habituales baremos, e incluye el concepto de preservación absoluta. No somos ni jueces, ni verdugos. Somos iguales a nuestro enemigo y este tiene tanto derecho a salvar su vida y su alma, como podamos tener nosotros. Es más, salvarle es salvarnos a nosotros mismos.
Aceptar el principio de que un ladrón, un asesino, un violador, un fanático o un psicópata, tengan el mismo derecho a vivir y a gozar de la bendición divina, que las “personas de bien”, que mis amigos, que mis familiares, que yo, que mi esposa, que mis hijos, es francamente difícil. ¡Qué arduo ha de ser ponerlo en práctica!
Y sin embargo, todos somos parte de un todo y estamos compuestos de la misma esencia. Conformamos un solo cuerpo universal, de tal modo, que sería perfectamente correcto decir, que el ladrón y yo somos la misma “cosa” o que los crímenes del psicópata son mis propios crímenes. Hagamos extensivo este concepto a los animales, las plantas, los minerales, etc., y estaremos entrando en la ilimitada Conciencia Universal.
Podemos pensar que todas estas grandilocuentes palabras, demasiado sublimes para la aplicación fuera del ámbito de la abstracción, están muy bien como concepto filosófico, para los místicos o los teólogos, pero tienen poca o ninguna utilidad para el ciudadano común, para la vida cotidiana…
Se me ocurre invitaros a un juego, a realizar un pequeño ejercicio, basado en un incidente trivial del que fui testigo hace poco y que me indujo a pensar en la manera de aplicar Ikkyo en esa circunstancia…
Un trío de adolescentes quinceañeros pasean alborotando por una calle. Uno, que lleva en la mano un cigarrillo, se acerca a un coche detenido en la acera, en cuyo interior se encuentra un hombre de mediana edad –cuarenta y algo–, y sin demasiada cortesía le pide fuego: “¡Oye, ¿me das fuego?!”. El hombre, que está repasando unos papeles y oyendo música –clásica–, le dice secamente que no tiene, que él no fuma, y vuelve a sus quehaceres. El chaval insiste señalando el mechero eléctrico del automóvil: “¿Y ese qué, colega?”. El individuo del auto, molesto, responde: “Mira, yo no fumo y no me da la gana darte fuego para que fumes tú”. El chico contrariado, exclama: “¡Qué cabrón!”. El ocupante del auto se baja ofendido y amenaza e increpa al joven que, en lugar de disculparse, alega que el insulto no es para tomárselo tan a pecho…
En fin, que se lían en una fuerte discusión que acaba con la intervención extrañamente moderadora de uno de los chavales: “Bueno, déjalo ya y metete en el coche…”, le dice al adulto, “…, que al final le vas a partir la cara a mi amigo y no quiero que lo hagas”.
Garcías a Dios el asunto concluye sin más. El hombre vuelve ufano a su automóvil y todo queda en un intercambio de miradas encendidas como adiós.
Una vez visto que la cosa no llega a mayores, me dedico a analizar lo sucedido y como aplicar Ikkyo en tal circunstancia.
Lo primero que deduzco es que, el individuo del vehículo ha reaccionado tan bruscamente a causa de los condicionamientos sociales. Al verse sorprendido no tiene tiempo de evaluar la situación con calma y lo primero que le llega es, que la mayoría de los jóvenes son unos gamberros, punto menos que delincuentes –tipificación clásica de la juventud–. A esta apreciación contribuye el trato excesivamente familiar utilizado por el chico, y que él considera una falta de respeto. Desconcertado al verse interrumpido tan de repente, se pregunta si no pretenderán algo más, quizá asaltarle –inseguridad–. Añádase además, que su sentido de la responsabilidad como hombre de bien preocupado por el bienestar de sus conciudadanos, ha de empezar por aleccionar a esta juventud tan descarriada para evitar sus malos hábitos ¡Cómo si su padre o su abuelo, en sus tiempos, no hubiesen pensado lo mismo! ¿Qué pensaban de los melenudos de los años sesenta o de los escandalosos rockeros?
Su intención no es mala, pero la forma en que llevó a cabo su respuesta, no sólo no es adecuada, sino que es peligrosa; no llegó a desembocar en un altercado más grave de pura casualidad. De haber sido más nutrido el grupo de muchachos o si está presente alguna chavalita a la que impresionar o si los chavales hubieran sido realmente unos gamberros, habría terminado por pintar en bastos. Él consiguió hacer prevalecer, su superioridad, abusó de su fuerza, pero la cosa estuvo en un tris de acabar mal ¿Cómo aplicar Ikkyo en esta situación? Veamos:
1. Primer “ataque”: El chico pide fuego de forma descortés.
2. Primer Ikkyo: El adulto dice no tener. (Bien esta primera vez)
3. Segundo “ataque”: El chaval en lugar de desistir, viendo una apertura en la guardia del oponente, insiste, entra más a fondo y señala el mechero eléctrico rompiéndole las defensas.
4. Segundo Ikkyo: Como en el primero de los “ataques” podía haber empleado algún subterfugio. Por ejemplo decir, sin perder la sonrisa, que el mechero estaba roto y que lo sientes mucho.
De esta forma tan simple se puede aplicar el principio de Ikkyo y lograr que una situación trivial no deje de serlo y se convierta en una trifulca de consecuencias impredecibles.
Veamos una situación más delicada, una en la que yo mismo me vi involucrado y en tuve que repeler un intento de atraco, que, por fortuna, sólo quedó en eso, en un intento: Ocurrió en las cercanías de un conocido centro comercial situado en el corazón de la ciudad al que me dirigía a efectuar unas compras. No entrare en detalles. Dos individuos me abordaron con preguntas totalmente incongruentes, y mientras uno me encaraba acercándoseme en exceso, el otro trató de rodearme de manera que yo quedara en el interior de un garaje. Era mediodía y las calles estaban concurridísimas. Aquella maniobra me resultó extraña y sospechosa. Inmediatamente, a la vez que respondía a sus absurdas preguntas sin perder la compostura, me anticipe a su intención y le di vuelta a la situación dejándoles a ellos dentro del oscuro umbral del garaje y quedándome yo en el exterior, en plena calle y bien a la vista de la gente… Yo seguí mi camino y ellos, frustrados, marcharon cada uno en una trayectoria diferente. Cuando, al terminar mis compras, salí del establecimiento, una joven muy alterada señalaba a un policía en dirección a uno de los individuos en cuestión que huía a todo correr calle abajo.
Los motivos que tuve para reaccionar, los indicios que me impulsaron a actuar en este suceso, puedo analizarlos desde la perspectiva del tiempo transcurrido. Entonces no fui claramente consciente de dicho análisis, actué instintivamente respondiendo a los acontecimientos con Ikkyo.
En el primero de los casos planteados, la aplicación del principio de la mutua preservación no existió aunque no llegara a producirse la agresión física, sólo lo impidió la imposición de la fuerza. En el segundo, la suerte de poder aplicar el principio evitó males mayores que, de seguro, habrían terminado causando un perjuicio a alguno de los componentes de la “inacabada tragedia”.
Esa es la intención de Ikkyo, y su utilidad dentro y fuera del combate es mucha. Cuando menos lo esperemos puede surgir la necesidad de aplicarlo; hagámoslo, es cuestión de atención y práctica; evitaremos un sinnúmero de inconvenientes, encontronazos grandes o pequeños que surgen en la vida cotidiana y afectan a nuestra tranquilidad y la de los seres que nos rodean directamente. No sólo a ellos.
Las características técnicas de Ikkyo se han de entrenar dentro del tatami, no tiene sentido realizar un tratado teórico de algo que sólo se puede aprender practicándolo, y mucho. Así pues, no vamos a tratar aquí de esos aspectos, sí, indicar la conveniencia de la adecuación de Ikkyo, en omote o en ura, a las necesidades de nuestra vida cotidiana. Sacar el aikido de la barrera del dojo e incorporarlo a nuestros hábitos es el camino.
Ikkyo, siguiendo irimi, avanza hacia el ojo del huracán, se introduce en él suprimiendo cualquier perjuicio. Es ecuanimidad y avenencia, sincronía, ritmo acorde; es ying cediendo paso a yang, cuyo constante proceder de alternancia constante fundamenta el Aikido y su ética, y lo extiende y lo amplía, lo transforma y lo eleva, de un arte de lucha a un arte de paz, de una disciplina del cuerpo y de la mente o una del espíritu, a una de cuerpo la mente y el espíritu.
S. L. de El Escorial
Lucio Álvarez Ladera