El Arte del Ukemi, por Lucio Álvarez Ladera.
Introducción
Al igual que en anteriores textos, quiero hacer resaltar, a modo de preventivo introito, que ningún escrito nos va a llevar a la asimilación del Aikido. Recordar siempre las palabras del Fundador que escogí como uno de los lemas de nuestra escuela: “Esto no es una mera teoría; ha de ser practicado”. Esta premisa es la clave, y ninguna enseñanza, ni gráfica, ni oral, ni visionada, nos va a ahorrar la inexorable necesidad de experimentar para poder entender mas allá de una superficial “intelectualización”, contraria, por otro lado, al propósito último del Aikido.
¡Quedáis avisados!
Una vez advertidos, paso a exponer una de las partes más interesantes y más conscientes e inconscientemente ignoradas, menospreciadas y hasta denostadas, y sin embargo fundamental, de la práctica: la labor de Uke.
Ukemi suele representar para el aikidoka no iniciado, un esfuerzo ingrato al que nos sometemos de mala gana, la parte sacrificada del entrenamiento. A veces se toma, como una manera de proporcionarnos una buena condición física y lo acometemos con deportivo afán. Esta consideración nos lleva a la larga, cuando ya nos creemos “veteranos lo bastante fuertes y/o expertos”, a esforzarnos lo menos posible, a evitar cansados e inútiles derroches de energía. En el mejor de los casos vemos en el Ukemi una función colaboradora o estética; como parte de un ballet o como una prestación, o anticipo, que recuperaremos en nuestro turno. Muy raramente, se entiende como lo que realmente es: ni más ni menos, que una parte más del entrenamiento, un elemento intrínseco del conjunto, componente esencial de un todo indivisible; no tiene mayor ni menor importancia que el resto, sencillamente: es Aikido.
I
Vuelvo al principio del discurso, a la introducción: Estamos acostumbrados a acumular conocimientos intelectualmente, al estudio teorético, a la memorización raciocinada y sólo las funciones biológicas, y algunas cotidianas, son asimiladas por reiteración y sin análisis. El Aikido, lo mismo que muchas filosofías orientales, es todo lo contrario; se asimila a través de la acción. La cultura analítica, externa, la acumulación casi exclusiva, de conocimiento “pasivo” y ajeno, conforma en nosotros un carácter desconfiado, antes de integrar nada, hemos de desmenuzarlo, entenderlo. Pero realmente así, lo analizado, al ser sólo superficial y externo dicho análisis, por muy trascendental y sesudo que pueda parecernos nuestro estudio, o no se integra por no haberlo asimilado más que parcialmente o, una vez desentrañado su “secreto”, pierde todo interés y entonces lo echamos al saco sin fondo de la memoria que es el del olvido e, insatisfechos, vamos a por más, y a por más –cuanto más mejor–, sin acabar de encontrar nunca ese “eso”, que nos colme y nos calme.
Convertimos el atesoramiento, la cantidad, lo excesivo, en sustituto incapaz y falso, de la calidad, del desprendimiento y lo cabal; que es lo efectivo y lo cierto. Esa rueda incesante e insaciable, induce a una concepción particularista y provoca una sociedad desenfrenada, altamente competitiva, en la que, indefectiblemente, y por encima de hipócritas poses, se considera el mejor, en lo que sea, al que más tiene de lo que fuere: fuerza, belleza, conocimientos, o, y sobre todo, dinero. Todo esto alimenta y acrecienta el ego y nos conduce, individual y colectivamente, a apreciarlo todo desde nuestro personal punto de vista, a vernos en un espejo cuando miramos a nuestro alrededor sin ver en él otra cosa que nuestra propia imagen, nuestros propios conceptos, a partir de los cuales valoramos desde a nuestra pareja sentimental, hasta a nuestro Dios y a la Naturaleza: El comportamiento de los animales, las plantas, las sociedades ajenas, la política, la religión, etc., y si no concuerda con nuestra opinión, no es digno de aprecio…, o lo odiamos profundamente.
Tomemos por ejemplo el concepto de Dios –este es en el fondo el quid de la cuestión-, del Dios hacedor, constructor, del Dios del Sinaí, justiciero y vengador ¿Ese Dios nos creó a su imagen y semejanza, o le creamos nosotros a la nuestra? Si Dios reúne en sí todos los atributos, desde la aseidad a la infinitud; si es eterno, omnipresente y omnímodo, será en todas y cada una de las cosas creadas, comprenderá toda la creación en cada uno de los aspectos universales sean estos cuales sean. Estará en el aspecto y la esencia humana como humano, en lo animal como animal, en lo vegetal como planta, en lo físico como físico, en lo espiritual como espíritu…, etc., etc., etc. Estará en el universo como universo, no fuera de él en un aparte, no como constructor de una obra, sino como la obra misma y como el constructor mismo a la vez, en un Todo-Uno, o un Todo-Nada. No impondrá su ley a la creación, será la creación misma y la propia ley… Esto se puede llamar Tao, Dios, Motor Inmóvil (esta definición aristotélica concita a una conceptuación mecanicista y fragmentaria)… Llámese como se quiera, pero su justicia, su ley, su esencia, su naturaleza, su realidad, no podrá ser expresada sino en el confinamiento de la expresión, alegóricamente, analógicamente; no podrá ser razonada más que en el ámbito limitado de la razón. Lo ilimitado es inexpresable, lo infinito y eterno es indefinible con el recurso finito y efímero del lenguaje. Su realidad no podrá ser entendida o constatada, sólo con una parte del ser, el pensamiento, sino con su totalidad… Dios abdica así a su altísimo trono que le separa y disminuye, y se manifiesta en la total acción de su creación, y de tal manera podemos percibirlo, tener conciencia de Él.
“Observando el núcleo, modificamos su comportamiento y al observar las galaxias, estás se alejan de nosotros, al tratar de imaginar el cerebro, el obstáculo mayor consiste en que para ese propósito no contamos con ningún instrumento más adecuado que el cerebro mismo. El mayor obstáculo para alcanzar el conocimiento objetivo es nuestra presencia subjetiva”. (Alan Watts) “Somos como una espada que corta pero no puede cortarse así misma; como un ojo que ve pero que no puede verse así mismo.” (Zenrin Kushu)
Así pues, hay que integrarse a la acción, confiar y entregarse a la práctica –la Vía– sin más objeto que la práctica en sí. Nadar a favor de la corriente, eso es Ukemi.
Ukemi ha de ser generosidad, constancia, afán desinteresado, y cortesía hacia el compañero, y control de la situación.
Ukemi despierta los sentidos, la consciencia, la percepción, la sensibilidad, la humildad; es el antídoto ideal contra la controversia, el orgullo, la ansiedad y el egoísmo. Uke sólo ha de iniciar la acción dejándose arrastrar a la Unión y la Armonía, sin análisis ni debate alguno, sin pasado ni futuro, en una constante sucesión de presentes.
El Ukemi es el arte más difícil de entender en el Aikido porque su simplicidad choca frontalmente con los, ya casi atávicos, condicionamientos inherentes a la sociedad de consumo y al aprendizaje razonado. El Ukemi es intuición y desapego…
Ukemi es desprenderse del individualismo y la parcialidad; es neutral y ecuánime; objetivo y universal y es, por lo tanto, ilimitado.
II
Sabemos de los logros, hazañas y progresos, de los grandes maestros y acicateados por lo espectacular de sus gestas –físicas y/o espirituales–, nos lanzamos ansiosos a una práctica intensiva, lo más intensiva que nuestros deberes sociales nos permita, incluso, en ocasiones, robando tiempo a dichas obligaciones; siempre según el inculcado e idolatrado lema “socio-consumista” de “¡el tiempo es oro!”; creyendo que cuanto más entrenemos antes lograremos la iluminación y/o el dominio técnico. Con el Aikido: “mediante un constante e infatigable entrenamiento de la mente y del espíritu, puede alcanzarse el camino de la humanidad” Yo, modesta y respetuosamente, haría una matización a las palabras de O Sensei, cambiaría la acción “alcanzar” por “recuperar o regresar”. Todos los grandes maestros de la Vía dedicaron, al menos, toda su vida a este entrenamiento, no un período intensivo más o menos largo, ¡cada minuto y cada segundo de su existencia!, dando paso a un proceso inevitable de maduración, que requirió, como ya he dicho, cuando menos toda una vida (seguramente, muchas más)
Bien es cierto, que nosotros no podemos dedicarnos exclusivamente a la meditación y a la práctica, tenemos otras obligaciones más primordiales; tenemos una familia que alimentar, un trabajo que cumplir, unos estudios que realizar… En definitiva, un presente social y un futuro que prever…
Tres considerandos:
Primero. Hemos de establecer los niveles de importancia. La primera obligación, para con nosotros mismos, con nuestros hijos y cónyuges, con nuestros padres y hermanos, con nuestros familiares y amigos, con nuestros jefes y líderes, con nuestros conciudadanos y nuestra patria y con nuestro Dios; como parte de un conjunto universal, es: ser, cada día, mejores personas. Esto únicamente puede redundar en beneficio de toda la cadena, empezando por lo más cercano y afín. Pensar que ser mejor persona pueda resultar incompatible con nuestras obligaciones, es una incongruencia. Ser personas mejores es el Camino.
Segundo. Conformarse con lo que se tiene ¿Es qué si no podemos llegar a ser perfectos, ya no merece la pena practicar? Si no podemos acceder a las más altas cimas, ¿para qué hacer nada?, ¿a qué tomarse, entonces, el asunto en serio?… Si perdiéramos una pierna y no pudiéramos acceder a una prótesis ultramoderna dotada de todos los últimos y maravillosos avances tecnológicos, ¿no recurriríamos, llegado el caso, a la sencilla muleta para ayudarnos a caminar? Entrenarnos alegre y humildemente el tiempo de que dispongamos sin buscar otra cosa, es el Camino.
Tercero. No sólo se progresa en el interior del dojo. El entrenamiento es, cuando sincero y adecuado, grandemente transmutativo, tiene la potencia de variar nuestra forma de pensar cuadriculada, lineal, egoísta y llena de prejuicios; es un magisterio, una alquimia capaz de cambiar nuestro carácter; y, antes de habernos dado cuenta, su virtud se habrá incorporado a nuestros hábitos, habrá rezumado las paredes del dojo y formará parte de nuestro comportamiento y se extenderá por todo nuestro ámbito. Extenderse, proyectar, transformar el hierro en oro, eso es el Camino.
III
La Creación, lo perceptible de ella, está compuesto de positivo y negativo, ying y yang, omote y ura, bueno y malo, femenino y masculino, vida y muerte…, sin embargo no coexisten como trozos antagónicos, no como facciones rivales en las que alistarse, apreciando unas y despreciando otras, sino complementariamente, inclusivamente, equivalentemente, armoniosamente. La oscuridad es tan necesaria como la luz, lo malo es tan imprescindible como lo bueno, el dolor como el placer, el llanto como la risa, y no se puede concebir la vida sin la muerte, sólo lo que está vivo puede morir… Mas, ¿cómo conjugar la aparente antinomia de los opuestos?, ¿cómo conseguir la verticalidad del fiel? Este ha sido durante siglos el arcano por antonomasia.
Ukemi tiene la clave: dejarse arrastrar por la corriente de los acontecimientos con dulzura y mansedumbre, adaptándose. Esto, al contrario de lo que nuestros condicionamientos puedan inducirnos a creer, otorga un amplio control de nuestro entorno, porque, precisamente, el hecho de entregarnos sin prejuzgar, disponiéndonos únicamente a seguir el curso natural de los sucesos compenetrándose y formando parte de ellos como un acontecimiento más, es lo que permite que nuestro espíritu se abra, y nuestra mente perciba más allá de sí misma, y nuestros ojos vean, y nuestros oídos oigan, y nuestro corazón entienda. Es lo que nos saca de los platillos y nos sitúa en la caja de la balanza.
“ Si piensas que eres algo especial en este mundo, unido al cosmos por un solo punto, tu creencia es inaceptable. Pero si formas realmente parte de la gran danza cósmica de Shiva, si eres más que un mero espectador, entonces tu inevitable muerte será vista como una reunión gloriosa con la naturaleza y no como una tragedia.” (V. S. Ramachandran)
El gran Teatro Cósmico se compone de autor, interpretes y público, formando una sola Representación Universal, que no se podría llevar a cavo sin la totalidad de sus componentes; sin la conjunción de todos y cada uno de ellos en la ejecución precisa de su tarea, no hay Obra.
Uke no busca nada, no pretende nada fuera del movimiento en armonía, de integrarse en la dinámica. No es oposición ni abandono; ni defensa ni debilidad; ni anticipación ni demora; no especula, ni cuestiona, ni previene. Es sincronía y cooperación; conformidad y avenencia; unísono y armónico.
“… El hombre superior realiza su vida sin ningún curso de acción preconcebido y sin ningún tabú. Simplemente, decide lo que es correcto hacer por el momento…” (Confucio)
Aunque pueda parecer lo contrario, Ukemi es, posiblemente, la parte más creativa. Uke da vida, inicia el movimiento, se sumerge en él, fluye y se proyecta, completando el circulo. Yo veo en Ukemi el luminoso emblema del Ki.
IV
He obviado adrede la labor de Shite en esta exposición. En el tiempo que llevo en la práctica y difusión del Aikido, treinta y tres años ya, he observado que es Ukemi lo que más tiempo cuesta entender y aceptar a la inmensa mayoría de aikidokas de todos los niveles, y también he comprobado que, quien practica Ukemi correctamente siempre es buen conocedor del waza, aún más, no se puede ser buen Tori si no se es buen Uke.
Ukemi es Tai-iku y nos introduce en los demás principios del Aikido.
Lo de arriba es igual a lo de abajo. El microcosmos es igual que el macrocosmos. Empezar por practicar Ukemi con nuestros compañeros y estaremos empezando a realizar el designio universal. Armonizar con Tori realizando Ukemi y estaremos armonizando con la naturaleza.
Lo cierto es que, queramos o no, conscientes o no de ello, todos formamos parte de la gran danza de Shiva. Pero una gran parte de la felicidad perdida, se debe a la pérdida de dicha consciencia. Pretendemos forzar los acontecimientos –y el waza–, sin darnos cuenta que resulta imposible hacerlo, y la fuerza de la vida, del destino –y del waza– nos golpea para volvernos al cauce. Aprendiendo a aceptar el waza aprenderemos a aceptar el acontecer y volveremos a reencontrarnos con la felicidad pérdida, una felicidad, que no debemos confundir con un estado permanente o transitorio de exaltación y/o euforia, sino, identificar con un estado de mayor serenidad, de una paz mayor, tanto más grande, cuanto más seamos capaces de fluir al ritmo de la vida –del waza–.
El Ki que es forzado, que se impone, no es el verdadero Ki.. Ukemi nos dará conocimiento de este principio inamovible y lo podremos poner en práctica cuando hagamos de Nage y en la vida cotidiana. He oído a algunos embarullados practicantes de alto grado, decir cosas como: “Yo dentro del tatami soy uno, pero fuera soy, yo ¿?” “El Fundador diría eso [refiriéndose a alguna definición sobre el aikido expresada por O Sensei] pero es que él era muy religioso. No hay que tomárselo al pie de la letra ¿?”… Y un sinnúmero de cosas similares. Yo me pregunto, ¿qué sentido tiene practicar algo que no voy a aprender ni a utilizar, algo que no tomo en cuenta, que no me interesa? ¿Sabría el Fundador lo que decía, él que instauro este sistema, que lo descubrió? ¿A quién hay que creer?, ¿a quién hay que hacer caso?.
Ukemi no juzga ni valora, es acción y no cálculo, elimina, por tanto, las diferencias. Sólo hay un Aikido y Ukemi nos lo muestra. Ukemi es misogi. Purifica nuestro cuerpo y, sobre todo, nuestra mente, nuestro carácter.
La práctica de Ukemi ennoblece el espíritu del aikidoka e introduce en Toko-iku.
“El aikido nació por un profundo deseo de conseguir la unidad de la humanidad y de aprovechar el poder de la armonía de la creación y de la verdadera naturaleza del espíritu humano” (O Sensei)
V
Este escrito va dirigido a practicantes de Aikido que algún día cumplirán la pauta marcada por el Fundador de difundir el Arte de la Paz. No se puede ser autentico aikidoka si no se fomenta el Aikido. Esto es lo que da nombre a nuestra asociación y el fin que en ella se persigue… ¿En qué se habrá de convertir lo que fomentemos si no nos interesamos en desentrañar su significado y si no procuramos practicarlo cabalmente?
“Ni el budo ni la religión buscan únicamente la salvación individual. Su misión más elevada es la búsqueda de la paz y la armonía para toda la raza humana. La lectura de oraciones y de las escrituras no basta. Debemos expresar esta conciencia a través de nuestras acciones. Éste es el espíritu y la finalidad del budo.” (O Sensei)
Conocer el verdadero significado de Ukemi es conocer el verdadero significado del Aikido. Como ya he dicho, Ukemi nos introduce y educa. Si hemos de introducir y educar, hemos de empezar por introducirnos y educarnos nosotros mismos. Practicar Ukemi con sinceridad y entrega, desde el corazón, desde el centro, olvidando la intencionalidad y las reservas. Hasta que no lo hagáis así, ni entenderéis el Aikido ni estaréis preparados para difundirlo por muchas técnicas que dominéis, por muy bellos que sean vuestros movimientos o por mucho ki que seáis capaces de desarrollar.
“Podemos preguntarnos qué es lo más importante en el entrenamiento del aikido. Lo más importante es contemplarnos a nosotros mismos, a lo más profundo del interior de nuestra alma. La realidad de nuestra vida nos devolverá con seguridad a sus orígenes, al comienzo del universo. Si logramos hacer esto, intuitivamente comprenderemos que nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro, que ya son partes integrales de nuestro ser, son manifestaciones de la voluntad divina y del amor de Dios. Cada una de nuestras células individuales de nuestro cuerpo lleva un mapa del plan divino de la creación. Por esta razón podemos comprender directamente el gran amor del creador. La conciencia universal es nuestra herencia. Debemos ir más allá de todo antagonismo y desavenencia” (O Sensei)
Ukemi es el punto de partida, nos pone en el camino; nos da visión diáfana, la perspectiva adecuada para la identificación de la meta.
Ukemi es la principal asignatura.
S. L. De El Escorial , Lucio Álvarez Ladera