DE AIKIDO, VASCOS Y AUSTRALIANOS……….Por Lucio Alvarez
El miércoles 22 de Noviembre del 2000 apareció en el diario «El Mundo» un artículo sobre el tema vasco, que reproduzco íntegramente, firmado por Cesar Vidal. En él, como puede leerse, se citan una serie de datos históricos que permiten descubrir como la Historia, puede convertirse en historia e incluso en historieta, bajo la influencia interesada de algún individuo o grupo de individuos con afán de notoriedad y/o poder; como la manipulación descarada y partidista transforma la realidad de los hechos comprobados acomodándola para poder esgrimirla después en forma de «irrefutable argumento» a planteamientos subjetivos, peculiarizantes. El artículo, titulado «Vascos o australianos», es el siguiente:
«La vivencia política de los vascos ha estado siempre ligada de manera profunda a la historia española. En los primeros tiempos de la invasión musulmana de España, como reconoció el nacionalista fray Bernardino de Estella, los vascos carecían de lazos políticos que los unieran y tenían una clara «falta de conciencia nacional». Por añadidura, cuando el reino de Navarra se convirtió en una formación política vascona la nota característica con la que se autodefinieron sus monarcas fue no la de ser «reyes vascos» sino «rey de las Españas».
Las tres provincias vascongadas –mencionadas por primera vez en el relato de las hazañas de Alfonso I escrito durante el reinado de su sucesor Alfonso II el Magno a finales del s. IX- estuvieron ligadas voluntaria y entrañablemente a Castilla. Guipúzcoa se unió en el s. XI y tal unión se convirtió en definitiva en 1200, reinando Alfonso VIII. El deseo de los guipuzcoanos no era formar parte de una entidad vascona como era Navarra, sino de la Corona de Castilla, y así lo solicitó la Junta General.
Álava se incorporó en 1200, lo que se confirmó por parte solemne el 2 de abril de 1332. Vizcaya pasó a formar parte, también voluntariamente, de la Corona de Castilla en 1179. Con Juan I (1370-90), el rey castellano se convirtió en señor de Vizcaya. Los vizcaínos conservaron sus instituciones, pero con una supervisión regia y una instancia superior castellana, en este caso ubicada en Valladolid. Además las discusiones de las Juntas se hacían en castellano o en vascuence y los procuradores y apoderados «no podían ser admitidos en ningún tiempo si no sabían leer y escribir en romance».
El final de las Edad Media no alteró, en absoluto, este panorama. Los vascos de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, siguieron sintiéndose más cercanos de Castilla que a Navarra. Esta circunstancia continuó con el comunicado de 4 de julio de 1795 de la Diputación de Vizcaya ofreciendo al rey derramar hasta «la última gota de sangre» por la independencia española, con los diputados vascos en las Cortes de Cádiz, guiados por «la felicidad de la nación», en referencia a España, o con el manifiesto de Zumalacárregui de 12 de julio de 1834 haciendo un llamamiento a todos los españoles. En todos los casos, la unión de las Vascongadas era no con la Corona sino con España, de la que se consideraban parte esencial.
Sustituir esa realidad histórica por una artificial teoría del pactismo que uniría Euskadi con el resto de España a través únicamente de la Corona es simplemente jugar a ser australianos o neocelandeses, es decir, territorios que conservan como jefe de Estado a Su Graciosa Majestad británica, pero que hace tiempo accedieron a la independencia. Actuar así no sólo es discutible porque equipara a las Vascongadas con las colonias británicas, sino porque además oculta una clara intención separatista que choca frontalmente con la unánime trayectoria de la historia vasca anterior a la aparición del nacionalismo de Sabino Arana. Como en tantas otras ocasiones, en nacionalismo vasco no se releva como preservador de las esencias históricas, sino como un creador de mitos ahistóricos».
Seguramente muchos de los que lean este artículo se preguntarán: ¿A qué viene esto? ¿Qué tiene que ver todo esto con el Aikido y con los aikidokas?. En primer lugar; aunque nada tuviese que ver, la creciente, descontrolada e indiscriminada ola de violencia originada por un número minoritario de vascos y no reprobada o combatida con la suficiente determinación y contundencia por determinadas fuerzas políticas -con la poderosa influencia que tienen en la formación de opinión entre el pueblo en general y no digamos ya entre sus propios partidarios- me hace pronunciarme, con la intención de llegar, aunque no sea más que a los pocos que podemos alcanzar a través de los escasos medios de que disponemos. Mostrar con este artículo que hay otra historia; la Historia, constatada e imparcial, que nos da cuenta asépticamente de lo acaecido en el pasado y que anula con su objetividad cualquier argumento sectario seudo-histórico tras el cual, invariablemente, se esconde el afán de lucro, de uno u otro tipo, de unos pocos a costa de los más, aunque estos más, lo constituyan sólo los de mi «escalera». El asunto es poder dominar, utilizar, mangonear a alguien; ya saben, aquello de… «más vale ser cabeza de ratón que cola de león». Con su pan se lo coman quienes comulguen con esta idea minidictadorial. Si prestásemos oídos sordos a sus arengas y nos atuviéramos a la verdad histórica otro gallo les cantara a esa fauna de energúmenos que disfrazados de guías practican la pederastia y el proxenetismo de aquellos a los que fingen conducir.
En los discursos intolerantes, políticos o no, suele también subyacer un cierto complejo de inferioridad. Se habla de pérdida de identidad, de ingerencia… ¿Qué tienen que ver la idiosincrasia o la cultura con la xenofobia y la intransigencia? ¿Qué podemos temer del contacto con lo «distinto» o desconocido? Nada. El contacto abierto, sincero y humilde, no anula o debilita; fortalece, rejuvenece y enriquece. Curiosamente suelen utilizar el argumento del derecho a ser diferentes y tienden sus brazos a los que comulguen con su ideal. Pero, ¡ay de aquellos que discrepen!. Para estos se puede pedir el tiro en la nuca, aunque hasta ayer hallan sido nuestros hermanos.
Además, sí es un tema que atañe al Aikido. Hace unos años, en 1994, un maestro de Aikido fue invitado a dar una conferencia en un ciclo internacional organizado por el Centro de Investigación por la Paz con sede en Gernika, a modo de prólogo de un acto posterior y de más alcance en el que se invitaría al venerable Kisshomaru Ueshiba. Dicha conferencia fue editada en un libro en 1999; hay en el prólogo del libro un punto del que en parte discrepo, es el que dice: «…pero, además, tampoco creía que el aikido pudiera ofrecer ninguna respuesta útil para resolver estos problemas tan complejos y urgentes.» Sin animo de menospreciar la opinión de este maestro y mucho menos de enmendarle la plana, opto por ponerme más bien del lado de los organizadores, quienes tenían fe en que la filosofía del Aikido fuese de utilidad en la solución del problema vasco hasta el punto de incluirlo en su programa. El Gernika Gogoratuz hizo una llamada al Aikido y, al menos desde ese momento, el Aikido esta comprometido a ofrecer su colaboración a la causa de la Paz en el país Vasco. Es perfectamente comprensible que una persona pueda o no, sentirse capacitada para acometer dicha tarea, pero el Aikido, como cualquier Vía, cuenta con resortes para contribuir a la mejora de la condición humana individual y colectivamente. Es más, realmente, el Aikido es un sistema para lograrlo. El Sr. Kitaura, representante del Aikikay en España, dio un primer paso y un ejemplo con la pronunciación y posterior publicación de aquella conferencia, pero la cosa no debería quedarse ahí, no puede quedarse ahí; siguiendo la pauta marcada por Kitaura Sensei, alcemos nuestras voces en favor de la Paz y mostremos con nuestros actos el camino del Musubi.
De la conferencia del Sr. Kitaura pueden extraerse muchos fragmentos interesantes, de entre ellos uno resulta especialmente adecuado a la ocasión, uno en el que se describe como a través de la práctica de kimusubi la lucha se trasforma y se sublima: «Comprendemos, sin embargo, al mismo tiempo, que esta acción [la del combate] misma se ha convertido en una especie de meditación, en algo que nos cuesta distinguir de ella. Y de esta manera el combate se ha superado paradójicamente a sí mismo. El budo ha dejado de ser un acto salvaje y destructor, y se ha hecho creativo espiritual. Morihei Ueshiba llamó a este budo creativo Takemusuaiki. La vida activa se ha hecho a la vez contemplativa.
Una vez comprendida esta actitud básica que constituye el principio del aikido, se comprende al mismo tiempo que ya no se restringe a una relación de contienda entre un individuo y otro o entre uno y varios [o entre varios y varios]. Trasciende a este nivel en cierto modo trivial, y alcanza una dimensión más importante y general. Pues, lo que es válido en un combate individual lo es también en una relación establecida entre un individuo y el conjunto de su mundo circundante, esto es, la Naturaleza, el Universo»
El aikijutsu se trasformó en Takemusuaiki, una Vía de Amor y de Paz, que nada tiene que ver ya, en su esencia, con el concepto habitual de la lucha y apela a la concordia y el equilibrio entre toda la Creación. El compromiso de cada aikidoka como individuo consiste en no olvidar este principio, en practicarlo efectivamente y difundirlo para bien de todos; se difuminan así los sentimientos egoístas y partidarios en la, mucho más hermosa y fecunda, realidad del principio de igualdad esencial entre todas las cosas. Empédocles de Agrigento (495 a. C.) presentaba un modelo de universo constituido por cuatro elementos o raíces (aire, tierra, agua y fuego) influenciadas eternamente por la acción de dos fuerzas contrarias, el Amor y el Odio o la Discordia, sinónimas de la unión y la dispersión: «En el Rencor [Discordia] todo es de formas diferentes y separadas, pero en el Amor todo confluye y se desea mutuamente». A nada que reflexionemos, veremos que es evidente que la forma de trascender las ataduras mundanas es conseguir la armonía entre estas fuerzas. Aceptar lo extraño sin renunciar a lo propio. Admitir sólo lo que nos es familiar o análogo y repudiar lo ajeno es el destino de la Discordia, franquear la entrada de nuestro ánimo a lo disímil es la meta de la Armonía.
Guardando la evidentísima y profundísima distancia que separa ambos casos, hay un lugar de características similares al planteado por Cesar Vidal en el trayecto del Aikido. Al igual que se denuncia en el artículo expuesto, en algunos casos, la historia del Aikido, y con ella su finalidad, se olvida, se confunde o se manipula; por incomprensión, por desinterés o justamente lo contrario, por interés. «Cada uno en su casa…» es el lema de buena parte de sus practicantes y eso esta muy bien, pero dejando la puerta franca a cualquiera aunque tenga criterios diferentes y no sólo a los correligionarios. La historia del Aikido, que básicamente sigue siendo la de su Fundador, engrandecida con la excepcional impronta dejada por su hijo Kisshomaru, ha estado siempre ligada a la evolución espiritual, individual y colectiva, a la paz y a la concordia entre los todos los seres. El Aikido posee una historia reciente, una historia con suficientes documentos, a los que se puede fácilmente recurrir sin tener que limitarse a escuchar las opiniones de unos u otros. Conozcamos de primera mano las palabras de Morihei Ueshiba y contrastémoslas con los mensajes escuchados, si coinciden bien, sino, hagamos oídos sordos a cualquiera que intente «vendernos» una imagen diferente a la revelada por aquel Gran Hombre.
Los mensajes destinados a fomentar la aversión y la discordia tienen el terreno abonado y prenden rápida y fuertemente en una sociedad de personas estimuladas al deseo constante y por tanto permanentemente insatisfecha. Cuesta mucho aceptar que los únicos responsables de nuestros males somos nosotros mismos y que la felicidad y la desgracia están en nosotros una al lado de la otra, lo mismo que el mal y el bien. Es mucho más fácil buscar y «encontrar» un culpable externo a quien responsabilizar de nuestras desgracias o preocupaciones, que predicar el sentimiento y la práctica de la tolerancia (respeto hacia las opiniones o prácticas de los demás) la solidaridad y el amor; de la armonía en suma, sea cual sea nuestra condición, credo o raza. Pero, ¿qué sería de nosotros si no nos diferenciáramos de los demás, si no fuésemos superiores a otros en algún aspecto determinante o no pudiésemos serlo porque alguien nos lo impidiera?. Mostrar la otra mejilla es difícil, sobre todo por que la mayoría de las bofetadas que recibimos no son más que producto de nuestra imaginación y en realidad somos nosotros mismos quienes, con nuestra soberbia, nuestro orgullo o nuestra intransigencia, nos las damos.
El Aikido, como simple forma de expresión humana refleja las características de las personas que lo practican, sus mismas virtudes y sus mismos defectos. Pero como Vía Excelsa trasciende la mera condición humana y se alza sobre nuestras pequeñas miserias. Ya no somos una parte separada, amputada y por ello destinada a necrosarse, la cabeza del ratón no puede ser sin éste. Somos el todo, la cola del león es el león mismo y no se distingue de sus garras, de su cerebro o de su corazón.
Podemos elegir por nosotros mismos, ¡podemos escoger!. Nada ni nadie puede arrastrarnos hacia el rencor, el desprecio, el resentimiento, el odio y la venganza, si no es contando con nuestra anuencia. Ninguna causa ni proyecto ha de estar por encima del amor y la armonía, y mucho menos, por encima de la vida. La práctica del Aikido como método para hacernos exclusivos, superiores a los demás en cualquiera de sus posibles manifestaciones, física, intelectual o espiritualmente, es atractiva, no requiere ningún compromiso serio y produce agradables sensaciones de beneficiosa apariencia; pero resulta falsa, infantil y peligrosa, si no vamos a comprometernos totalmente es mejor practicarlo simplemente como entretenimiento, como un ejercicio saludable o estético.
Yo por mi parte he escogido ya, me he decidido por el camino de la Paz y la Armonía, y desde aquí pido disculpas a quienes en alguna ocasión haya podido ofender, y tiendo mi mano y mi amistad, modesta lo sé, pero sincera, a todos sin excepción a los que la acojan y a los que no.
El Fundador quiso que el Aikido fuese «un puente de Plata» que se tendiese ante toda la Humanidad por igual; vascos, castellanos, catalanes, españoles, australianos, neocelandeses, israelíes, palestinos, chinos, tibetanos, etíopes, saharauis… Una Vía de Amor y Armonía Universal, tal y como se define incuestionablemente en su denominación, a través del Ki o principio vital común en todo el Universo. Ese es el mensaje que los aikidokas hemos de escuchar y debemos proclamar, esa debe ser la aportación de cada aikidoka a la causa de la Paz, aplicarse en la consecución de estos principios y difundirlos.
El Amor es la atracción de lo diverso, el Odio sólo de lo igual. La Unidad no lo es si no comprende lo diverso.
Lucio Álvarez Ladera