¡MÁS CUENTOS!

 

Anthony de Mello (1931-1987) fue un escritor divulgador de textos de espiritualidad cristiana. Su libro, “El canto del pájaro” es una recopilación de cuentos de diferentes culturas y credos cuyas moralejas son aplicables a cualquiera que siga un sendero espiritual,  con independencia de credos.

Voy a transcribir alguno. El primero lleva por título:

 


  • Ideología

“Es abrumador lo que se puede leer acerca de la crueldad del ser humano para con sus semejantes. He aquí un relato periodístico de la tortura practicada en campos de concentración”.

(Y en otros muchos lugares, añadiría)

“La víctima es atada a una silla metálica. Entonces, se le administran descargas eléctricas, cada vez de mayor intensidad, hasta que acaba confesando (lo que los verdugos quieren oír). Con la mano ahuecada, el verdugo golpea con fuerza una y otra vez a la victima en el oído, hasta que el tímpano estalla. Sujetan  con correas a la victima a un sillón de dentista. El ‘dentista’, entonces, comienza a perforar con el torno, hasta llegar al nervio. Y la perforación prosigue hasta que la victima accede a cooperar”.

En la genocida guerra de Ruanda entre Hutus y Tutsis, la etnia tutsi fue tremendamente masacrada; algunas estimaciones mencionan más de un millón de muertos en unos cuatro meses. También se da la horrible cifra de medio millón de mujeres violadas. Y se dio la noticia de que en su crudelísima intención se exterminó a muchas mujeres: tras la violación, les introducían cristales rotos para destrozar sus órganos internos e imposibilitar su capacidad reproductora. No solo mataban al enemigo actual, evitaban futuras venganzas.

Pero, el ser humano, aunque pueda parecerlo, no es cruel por naturaleza. Se hace cruel -dice De Mello muy acertadamente-, cuando es infeliz… o cuando se entrega a una ideología. Y sigue:

Una ideología contra otra, un sistema contra otro, una religión contra otra –una razón contra otra-. Y en medio, el humano, que es aplastado.

Los hombres que crucificaron  a Jesús – como los verdugos de cualquier tiempo y lugar-, probablemente no eran crueles. Es muy posible que fueran tiernos maridos y cariñosos padres que cometieron –y cometen- grandes crueldades  para mantener un sistema, o una ideología, o una religión.

Si las personas, siguiésemos siempre el instinto de nuestros corazones, en lugar de seguir la lógica de un sistema, una  ideología, o  una religión, el mundo se habría ahorrado asistir a espectáculos como la quema de herejes o el de millones de personas inocentes torturadas y asesinadas en nombre de una ideología y del mismo Dios.

Moraleja: Si tienes que escoger entre los dictados de un corazón compasivo y la exigencia de una ideología, rechaza la ideología sin dudarlo un momento. La compasión, Dios, no tiene ideología. 

 


  • Cambiar yo para que cambie el mundo

El sufí Bayazid dice acerca de sí mismo:

“De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía e pedir  a Dios: ‘Sr. dame fuerzas para cambiar el mundo’. A medida que fui haciéndome adulto caí en la cuenta que el mundo seguía igual y cambié mi oración: ‘Sr. dame la gracia de poder transformar a los que entren en contacto conmigo. Aunque solo sean de mi familia o mis amigos. Con eso me daré por satisfecho’.

Ahora que soy viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que he sido. Mi única oración es la siguiente: ‘Sr. dame la gracia de cambiarme a mi mismo’. Si hubiese orado así desde el principio, no habría malgastado mi vida”.

Todos piensan en cambiar a los demás, o en cambiar el mundo. Casi nadie piensa en cambiarse a sí mismo.

Como veis esta es una noción inherente a casi todos los caminos de misticismo espiritual. No es algo concerniente solo al Aikido. El mundo es cómo es, ni puede ni debe cambiarse. Tampoco disponemos de la capacidad de cambiar a los demás, no nos atañe. Misogi es personal. Cambiando nosotros, cambiamos la parte que nos ha sido asignada. Lo demás es malgastar la vida.

 


  • Come tú mismo la fruta

“En cierta ocasión se quejaba un discípulo a su maestro zen: ‘Siempre nos cuentas historias, pero nunca nos revelas su significado’.

El  maestro respondió:

‘¿Te gustaría que alguien te ofreciera fruta y la masticara antes de dártela?’

Nadie puede -ni debe, aunque pueda- descubrir tu propio significado en tu lugar. Ni siquiera el maestro.

Él te ofrece la comida, pero eres tú quien ha de masticarla.

 

 

¡Por ahora vale, otro día más!

Hasta la próxima.

¡Un abrazo!

 

Lucio Álvarez