Cuatro frases de Facundo Cabral:

En la tranquilidad hay salud, como plenitud, dentro de uno. Perdónate, acéptate, reconócete y ámate. Recuerda que tienes que vivir contigo mismo por la eternidad.

Si estás atento al presente, el pasado no te distraerá, entonces serás siempre nuevo.

Libérate de la ansiedad, piensa que lo que deba ser, será, y sucederá naturalmente.

Tienes un cerebro como Einstein, tienes un corazón como Jesús, tienes dos manos como la Madre Teresa, tienes una voluntad como Moisés, tienes un alma como Gandhi, tienes un espíritu como Buda. Entonces, ¿cómo puedes sentirte pobre y desdichado?

¡Claro que en la tranquilidad hay salud! Eso ya está requetedemostrado. Y si por fuera somos parciales e incompletos, por dentro estamos absolutamente plenos. Podemos estar seguros, ¡solo tenemos que probar! Nos falta conocernos, o mejor dicho, reconocernos -tal como dice Cabral-, y amarnos.

Lo de perdonar… ahí, no sé, no sé… Perdona quien tiene el poder para ‘castigar’, para juzgar, sentenciar y condenar, ¿tenemos nosotros ese poder?, ¿quién nos lo ha otorgado?…
En todo caso tendremos -si es que lo tenemos, y de tenerlo, será muy limitado-, el de elegir. Pero no el de condenar. Y sería un argumento muy rebuscado y retorcido pensar que se condena a aquello que no se elige.

(Amenazo con escribir, en un futuro cercano, otro artículo que entre un poco más de lleno en esto de la ‘libre elección’, el ‘libre albedrío’)

A lo que íbamos:

Qué si quieres perdonarte, perdónate. Pero si te reconoces y te aceptas, con tus imperfecciones y grandezas, con tus limitaciones y tu infinitud, te amarás sin remedio.

Y si te amas, ¿qué tendrás que perdonarte?

La famosa frase de aquella conocida peli… «Amar es no tener que decir nunca, lo siento».
 
Si se ama de verdad nunca haremos nada que pueda dañar a quien se ama. Ni nos dolerá nada de lo que pueda hacernos el ser amado. Si hacemos daño o si creemos recibirlo, es que no amamos verdadera y limpiamente. Pues amar es aceptar sin condiciones a aquello que amamos.

Si amamos de verdad, pero de verdad de la buena, no con ese amor que dicta la razón, o el deseo, o el estímulo reproductor, sino con el que dicta ese inexplicable no sé qué que qué sé yo, que sale de la parte ignota de nuestros adentros (o sea del alma); ese amor puro, incontaminado por la razón, el deseo o el impulso perpetuador de la especie, no veremos en nosotros (y, por extensión de tal pureza, en todos los demás seres de este mundo)más que entes buscando su auténtico destino, queriendo ser felices. Seres aún torpes e inseguros, incompletos y medio cegados por una sinrazón disfrazada de razón que les lleva a espantosos errores, pero con una esplendorosa chispa de divinidad en su interior de ilimitada plenitud, que hace surgir de ellos la maravilla. En todos, sin excepción, está esa chispa. Ella es la nos induce a amar, es, en realidad, la que ama.

La equivocación es confundir razón con realidad; costumbre y condicionamiento, con verdad; arbitrariedad, pretensión y beneficio personal con justicia.

¡Ay, si diésemos a la razón solo el significado de Verdad y Justicia y no el de nuestra verdad, nuestra justicia! Otro gallo nos cantara.

Pero por otro lado, ¡es normal equivocarse!¿Cómo vamos a ser perfectos en un medio imperfecto y con capacidades imperfectas?

¡Cuánta ansia, qué excesivo afán!

Tranquilidad, que es salud.

Andemos el camino aceptando nuestra condición, sin querer ser quienes no somos, dejándonos, permitiéndonos ser quien sí somos.

El Fundador dijo que el aikido pretende sacar lo mejor de nosotros, ¡consintamos que así sea! El tapón que impide la salida de ese Yo mejor que todos llevamos dentro, es el desmedido afán, las exageradas expectativas, el juicio previo, el exceso de racionalización, el engañoso deseo de controlar, no solo lo que sucede a nuestro alrededor, si no ¡lo que pueda llegar a suceder! La antinaturalidad -pues aunque no lo sepamos, o no lo creamos, la naturalidad consiste en dejarse llevar, en nadar a favor de la vida, ¡la vida no es una lucha, es aikido, es musubi!-. Todo eso es el ego, ese yo mínimo, externo, fungible y perecedero.

¡’Los árboles no nos dejan ver el bosque’!

Transitemos el sendero del aikido (de la vida) calmada, armoniosamente, como un imaginado barquito de madera llevado por la corriente del arroyo y así, ese ser que sí somos aparecerá sin duda.

Pero no os forjéis grandes expectativas, no esperéis gran aparato. La música celestial es silenciosa; los pífanos, timbales y trompetas de los ángeles muy raramente pueden ser escuchados por el oído humano.  Lo normal es que ese Yo inmenso y eterno, que reposa en nuestro interior, vaya dejándose ver poco a poco, entremezclándose con el yo mundano; asomando de vez en cuando la cabeza entre la maraña de emociones, de reacciones, de confusiones de nuestro yo canijo y transitorio: Un juicio más amable, una reacción más comedida, un dolor mejor comprendido, un sentimiento más solidario ante el sufrimiento ajeno, o ante la sinrazón o la violencia ejercida por terceros -que también somos nosotros-; una paleta más amplia de colores en nuestra opinión, en nuestras convicciones, nuestras costumbres o tendencias, sean estas del tipo que sean, sociales, políticas, religiosas… Un poco más de aceptación, en fin, surgiendo entre la habitual intransigencia. Cosas así, aparentemente pequeñas, serán la habitual seña de identidad de ese magnífico Yo y de nuestro acercamiento a él.
 
Con la práctica estas señales se irán haciendo cada vez más claras y duraderas.

Hay que estar atentos.

Si estás atento al presente, el pasado no te distraerá, entonces serás siempre nuevo.

Ni el pasado ni el futuro existen más que en nuestra mente (como casi todo), y el presente es tremendamente fugaz. Antes de que nos hayamos dado cuenta habrá pasado y lo habremos perdido para siempre.

Qué bien lo dice el más joven de los Machado, Antonio:

«Nunca perseguí la gloria.

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.

Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino
sino estelas en la mar…»

¡Cuánto más nos empeñemos conseguir la Gloria más se nos alejará! ¡Cuánto más afanosamente la persigamos más veloz huirá de nosotros! Y es nuestro caminar el que hace el camino. Practicar aikido es aikido. Zazen es zen. Andar la Vía es la Vía.

Podemos tener en mente la meta a alcanzar, pero el camino se anda paso a paso, se hace al andar. Hemos de comportarnos como un escalador que sube una pared virgen. Quiere llegar a la cúspide, sí, pero si no presta atención -¡toda su atención!- al agarre que ahora se le ofrece, si se precipita en su decisión, o se distrae en los recuerdos, en las evocaciones, en las expectativas, o en lo que sea, seguramente se precipitará, caerá al vacío. Mano tras mano, pie tras pie, evitará el traspiés, el tropezón, despeñarse. No importará si un agarre o un apoyo es malo, estará firmemente asentado en sus otros tres puntos de apoyo, o en dos, ¡o en uno!, y podrá rectificar (caer y levantarse, caer y levantarse, caer y levantarse…). 
Y tendrá tiempo aún de disfrutar de vez en cuando, tanto de la satisfacción del esfuerzo, como de la belleza del paisaje.
Pero el escalador tiene una ventaja sobre el aikidoka, la certeza del riesgo, la certidumbre de la cercanía de la muerte. Eso alerta, despierta los sentidos y pone a funcionar la atención de forma autónoma, sin análisis, directamente.

En el entrenamiento en el tatami, tenemos dos opciones para que la atención no se disperse y se centre en lo que es esencial: o tomar consciencia y dejarla actuar voluntariamente -zanshin, concentración y control antes, durante y tras la ejecución de las técnicas-; o entrenar tan fuerte y arriesgadamente que la certeza del peligro (la cercanía de la catástrofe) active automáticamente el botón de encendido.
No critico la segunda opción si es pura y sincera. Yo la he experimentado por mí mismo y en mí mismo; y la he puesto en práctica, y la he difundido. Pero estoy más por la primera, la creo más consistente y real, y desde luego, mucho menos tendente al extravío. La primera ha dado pie a toda la confusión que hay sobre nuestro arte.
 
Además, el escalador asume los riesgos. ¿Estamos dispuestos a asumirlos nosotros?

Con una postura física y, sobre todo mental, adecuada, serena, concentrada y fluida, el aikido, igual que la vida, es constante renovación. Así es la naturaleza toda, los ríos, los mares, las montañas, el cielo. La vida. Así es el Takemusu aiki. Siempre nuevo Recién salido del horno, fresco, del día.
 
Siempre igual y siempre distinto: Igual en la esencia, nuevo en la forma.

Constantemente os oigo preguntar, ¡os oigo dudar! – se ve y se oye salir la duda por lo alto de los cráneos, traspasando incluso las cabelleras más pobladas-, ¡¿cómo se hace eso?! ¿Cómo puedo realizar esta o aquella técnica sin analizarla, sin «aprendérmela» antes? ¿Cómo puedo conseguir estar atento, fluir, relajarme?

Libérate de la ansiedad, piensa que lo que deba ser, será, y sucederá naturalmente.

Así, simplemente así. Dejando que suceda. Ya sucederá cuando tenga que suceder. No esperes, no juzgues, no trates de influir. Lo que tenga que suceder sucederá natural e incuestionablemente.
Como le dice Baloo a Mowgli en la versión cinematográfica de Disney: Relaaajate. Si buscas lo más vital, mamá naturaleza te lo da. No abuses de nada, busca lo más vital, lo más esencial, lo que es realmente necesario, sin precipitación, sin desmedidas ambiciones y confía en la naturaleza. ¡En la NATURALEZA! Y, el oso, como colofón a su mensaje, se lanza al rio y se deja llevar por la corriente. Igual que el imaginado barquito de madera.
La sinrazón es perderse, como nos perdemos, en lo que no es esencial, en lo que no supone una necesidad vital (de vida o muerte). En lo superfluo. En lo accesorio. Creemos que las cosas, que el poseer cosas, nos va a dar esa felicidad que todos, lícitamente, buscamos y que todos ¡absolutamente todos!, merecemos. O mereceremos. Si la posesión de cosas: objetos, personas, conocimientos, afectos, placeres…, pudiese darnos esa tan suspirada felicidad, ¿no seríamos fácilmente felices? Todas esas cosas podrán darnos solamente un sucedáneo de felicidad, corto, momentáneo. Una vez logradas, enseguida volveremos a estar insatisfechos, infelices. Eso si las logramos, si no, ¡ala!, a sentirnos defraudados, frustrados, desilusionados, engañados, deprimidos…

Lo que ocurre es que defendemos más nuestros errores que nuestros aciertos. Que siendo capaces de morir y matar por nuestras ideas o convicciones, nos vemos incapaces de vivir, de actuar, según esas ideas.
 
Lo decía D. Ramón de Campoamor:

«Más que la luz de la razón humana,
amo la oscuridad de mi deseo,
y más que la verdad de cuanto veo,
quiero el error de mi esperanza vana».

Si como dice Baloo nos centramos en lo esencial -sustancial, principal, notable. Lo que es perteneciente o relativo a la esencia. El alma es parte esencial del hombre. RAE-, todo nos es posible.
Ahí, en la esencia, no hay limitaciones ni dudas, pues no hay dualidad, no hay disyuntiva, solo Unión. Nada puede defraudarnos. Estando en el centro, dejándose llevar, fluyendo con la técnica, con los acontecimientos, con la vida, a su ritmo, en armonía (del griego, juntura, ensamblaje), proporcionada, correspondientemente, ¿cómo pueden darse dudas, insatisfacciones, cómo podemos sentirnos defraudados e infelices?

Tienes un cerebro como Einstein, tienes un corazón como Jesús, tienes dos manos como la Madre Teresa, tienes una voluntad como Moisés, tienes un alma como Gandhi, tienes un espíritu como Buda. Entonces, ¿cómo puedes sentirte pobre y desdichado?

Y como despedida otras cuatro frases, estás del gran Morihei Ueshiba:

«El Gran Designio del Universo existe en vosotros y moldea vuestra verdadera forma».

«Limpiad vuestro corazón y liberad vuestros sentidos; entonces podréis actuar libremente sin obstrucciones y el camino espiritual se volverá claro».

«El verdadero guerrero es invencible porque no lucha con nadie. Vencer significa derrotar la idea de disputa que albergamos en nuestra mente».

 ¡¡Masakatsu Agatsu Katsuhayabi!!
(La verdadera victoria es la victoria sobre uno mismo, aquí y ahora)

Maestro Lucio Álvarez Ladera, Shihan 7º DAN

S. L. De El Escorial a 23/05/16